Cuando una persona recibe un diagnóstico de cáncer, su vida cambia por completo. Empiezan los tratamientos, las visitas médicas, los altibajos emocionales... y muchas veces, lo último en lo que se piensa es en moverse o hacer ejercicio. Pero ¿sabías que la actividad física puede convertirse en una gran aliada durante este proceso?
En este post te explico por qué moverse —con moderación y adaptado a cada caso— puede marcar una gran diferencia en la vida de quienes están luchando contra el cáncer.
1. Ayuda al cuerpo a tolerar mejor los tratamientos
La quimioterapia, la radioterapia y otras terapias pueden dejar al cuerpo agotado. El ejercicio, lejos de empeorar esa sensación, ayuda a reducir la fatiga, mejorar la fuerza muscular y mantener un mejor estado físico general. Incluso puede aliviar efectos secundarios como los problemas de sueño, la rigidez articular o el estreñimiento.
Y no, no hablamos de entrenamientos intensos: caminar, estirarse, hacer algo de yoga o ejercicios suaves pueden ser más que suficientes para notar una mejora.
2. Mejora el estado de ánimo y reduce el estrés
El impacto emocional del cáncer es enorme. Muchas personas sienten ansiedad, tristeza o miedo, y eso es completamente normal. Aquí es donde el ejercicio vuelve a ser un gran recurso: al movernos, liberamos endorfinas y serotonina, que son las hormonas de la felicidad y la calma.
Además, participar en clases grupales o simplemente salir a dar un paseo con alguien puede romper con el aislamiento y crear conexiones valiosas durante el tratamiento.
3. Puede mejorar el pronóstico y la recuperación
Aunque pueda parecer sorprendente, diversos estudios han encontrado que las personas activas tienen mejores tasas de recuperación e incluso menos riesgo de recaídas en algunos tipos de cáncer, como el de mama o el de colon.
También se ha visto que quienes hacen algo de ejercicio durante el tratamiento suelen recuperarse más rápido tras cirugías y pasar menos tiempo hospitalizados.
Pero, ¡ojo! No todo vale: ejercicio adaptado siempre
Cada cuerpo es un mundo, y más aún durante una enfermedad tan compleja como el cáncer. Por eso, es clave que el ejercicio esté adaptado a cada caso: el tipo de cáncer, el tratamiento, el nivel de energía y otros factores.
Lo ideal es contar con el apoyo de un profesional que conozca el ámbito oncológico (como un fisioterapeuta o entrenador especializado) para diseñar una rutina segura y efectiva.
Conclusión: el movimiento también es parte del tratamiento
Moverse no cura el cáncer, pero puede hacer mucho por quien lo padece: desde mejorar el ánimo hasta ayudar al cuerpo a enfrentarse mejor a los tratamientos. Por eso, cada vez más hospitales y centros oncológicos incorporan programas de ejercicio personalizado como parte del enfoque integral del paciente.
Si tú o alguien cercano está pasando por esta situación, recuerda: cualquier pequeño movimiento cuenta. El cuerpo lo agradece, y la mente también.
Recuerda consultar todo antes con tu médico o especialista.
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